No existen ciudades que lloren
a cada poeta que muere.
Si viven su vida en secreto
quién va a recordarlos jamás.
Arrojen la flema de fuego
blasfemen, espanten los buitres
enseñen amor en los sueños
escriban encima de Dios.
Sigan con su ruido eterno
no recobren la cordura.
No quiero ablandarme, no puedo.
Tu muerte me quema los dedos;
¿por qué masticaste ese frío?
¿Por qué ese portazo infeliz?
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Sigue con tu ruido eterno
no abandones tu bolero.
Sigue con tu ruido eterno
no abandones tu bolero.