En un club muy pequeño,
sentada en la barra,
se quitaba su anillo del dedo.
Sin saber que la oía,
en voz baja decia:
¡Ya no sé de verdad lo quiero!
Yo pedí un par de copas,
acerqué un cenicero,
y bebimos los dos casi al tiempo,
la primera en silencio,
la segunda hizo efecto,
y me dijo llorando:
¡No puedo!
¡No puedo aguantarle,
y decidi abandonarle,
y ahora mismo me muero de miedo!
¡No conoces al hombre del norte,
no conoces al hombre en mi pueblo!
Yo le ví en el espejo.
Parecía muy viejo.
Su mirada venía de lejos.
Era un tipo muy fuerte,
de casi 2 metros,
de momento yo me ví más que muerto.
Se sentó a nuestro lado,
y su voz como un quiebro dijo:
¡Díme porque me haces esto!
¡Yo te he dado mi vida desde que eras muy niña,
y este golpe me ha dado de lleno!
¡Vive tu vida, rompe la mía,
que no voy a llorar por todo eso!
¡Alza tu vuelo, yo me quedo en el suelo,
que no voy a matarte aunque puedo!
¡No conoces el hombre del norte,
no conoces al hombre en mi pueblo!
Se marchó y su palabra
en el aire pesaba,
entonces yo le pagué al camarero.
Ella vino conmigo, hasta mi apartamento,
y empezamos entonces un beso.
Y después de abrazarnos,
no pudimos amarnos,
en el aire sonaban de nuevo
las palabras que el hombre
nos dejó como un eco
cuando dijo:
¿Por qué me haces esto?
¡Vive tu vida, rompe la mia,
que no voy a matarte por esto!
¡Alza tu vuelo, yo me quedo en el suelo,
que no voy a llorar aunque quiero!
¡No conoces al hombre del norte!
¡No conoces al hombre en mi pueblo!
¡Tú no conoces al hombre del norte!
¡Tú no conoces al hombre en mi pueblo...!
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