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Érase una vez una princesa rana y un príncipe sapo;
niños guapos cargados con un cubo y con un trapo.
Siempre, todos los días, los veía en un mismo semáforo, en el mismo tramo de autovía. Parabrisas sucio, parabrisas claro; es la magia que le enseñó el desamparo al príncipe. Limpiar cristales de coche con la astucia de las uñas rotas y las palmas de las manos sucias. Después alarga una de ellas y la deja quieta, la otra se la seca en la camiseta.
Mientras, la princesa lleva un cubo y un trapo, caminando entre los coches, así hasta que se ponen en verde los semáforos. Corren al arcén, guardando con cuidado los pocos céntimos que les den. No sabes quién es quién, pero pronto se te olvida. Es sólo más miseria, más caras desconocidas en un mundo cruel. Cada mañana lo vives protegido detrás del cristal de una ventana. No sabes quién es quién, y de pronto ya no olvidas que no sabes quién es quién y por qué lleva esa vida.
Quería vivir como un príncipe. Se han ido los días de la magia y la fantasía, porque no existe justicia.
La princesa recuerda a la reina, pegada a la botella.
Recuerda a su padre, el rey, dentro de ella. Y aunque no le guste nada recordar, recuerda el día
en que decidió que ya no creía en la monarquía.
Sólo en un príncipe sin reino, huído de la corte,
que marchó porque no soportaba el rey consorte
que casó con la reina madre. No cambió nada, nada cambió, sólo la mano que lo golpeaba y se escapó.
Eso no es una sorpresa, un sapo cómo puede ser un príncipe si nadie lo besa, excepto una princesa.
Los encontraste una noche de invierno muy fría durmiendo juntos en un cajero. Recuérdalo bien, fuiste el primero que no pudo entrar dentro a sacar dinero. Lo intentaste y no se movieron,
así que te fuiste a otro intentando imaginar lo que es tener recuerdos rotos por hogar. Dos príncipes sin reino es tan real como que en éste mundo nuestro algo está muy mal, demasiado mal,
porque si no, dos corazones no tendrían que partirse durmiendo sobre cartones.
Quería vivir como un príncipe. Fantasía, porque no existe justicia. Marginar, tienen un palacio en la calle.
Algunas veces el príncipe aluniza y se va. ¿La princesa no estará embarazada, quizás? Si llega el hambre, siempre llega en mal momento. Si no hay para comer, esnifan pegamento. A veces la princesa no llega, pero el príncipe sí alcanza. Si la princesa tropieza, el príncipe la levanta. Nunca lloran, no lloran nunca. Duermen en el suelo,
en los parques en verano, bajo un puente en invierno.
Y el dinero no les puede comprar un hogar, el dinero sólo puede comprar. Si el dinero es lo primero, ¿qué va a ser de vosotros? Con esa cara de derrota y los zapatos rotos. Se hace de día y no se van las pesadillas; un príncipe, una princesa, un aguijón en las costillas. A una vida, una pordiosera, un pordiosero le mendigan a papá y a mamá un móvil nuevo. Los miran con asco, ¿y hay algo más real que dos príncipes que limpian cristales en un atasco?. ¿No lo sabías? Todos los días los veía en el mismo semáforo, en el mismo tramo de autovía.
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Érase una vez una princesa rana y un príncipe sapo;
niños guapos cargados con un cubo y con un trapo.
Siempre, todos los días, los veía en un mismo semáforo, en el mismo tramo de autovía. Parabrisas sucio, parabrisas claro; es la magia que le enseñó el desamparo al príncipe. Limpiar cristales de coche con la astucia de las uñas rotas y las palmas de las manos sucias. Después alarga una de ellas y la deja quieta, la otra se la seca en la camiseta.
Mientras, la princesa lleva un cubo y un trapo, caminando entre los coches, así hasta que se ponen en verde los semáforos. Corren al arcén, guardando con cuidado los pocos céntimos que les den. No sabes quién es quién, pero pronto se te olvida. Es sólo más miseria, más caras desconocidas en un mundo cruel. Cada mañana lo vives protegido detrás del cristal de una ventana. No sabes quién es quién, y de pronto ya no olvidas que no sabes quién es quién y por qué lleva esa vida.
Quería vivir como un príncipe. Se han ido los días de la magia y la fantasía, porque no existe justicia.
La princesa recuerda a la reina, pegada a la botella.
Recuerda a su padre, el rey, dentro de ella. Y aunque no le guste nada recordar, recuerda el día
en que decidió que ya no creía en la monarquía.
Sólo en un príncipe sin reino, huído de la corte,
que marchó porque no soportaba el rey consorte
que casó con la reina madre. No cambió nada, nada cambió, sólo la mano que lo golpeaba y se escapó.
Eso no es una sorpresa, un sapo cómo puede ser un príncipe si nadie lo besa, excepto una princesa.
Los encontraste una noche de invierno muy fría durmiendo juntos en un cajero. Recuérdalo bien, fuiste el primero que no pudo entrar dentro a sacar dinero. Lo intentaste y no se movieron,
así que te fuiste a otro intentando imaginar lo que es tener recuerdos rotos por hogar. Dos príncipes sin reino es tan real como que en éste mundo nuestro algo está muy mal, demasiado mal,
porque si no, dos corazones no tendrían que partirse durmiendo sobre cartones.
Quería vivir como un príncipe. Fantasía, porque no existe justicia. Marginar, tienen un palacio en la calle.
Algunas veces el príncipe aluniza y se va. ¿La princesa no estará embarazada, quizás? Si llega el hambre, siempre llega en mal momento. Si no hay para comer, esnifan pegamento. A veces la princesa no llega, pero el príncipe sí alcanza. Si la princesa tropieza, el príncipe la levanta. Nunca lloran, no lloran nunca. Duermen en el suelo,
en los parques en verano, bajo un puente en invierno.
Y el dinero no les puede comprar un hogar, el dinero sólo puede comprar. Si el dinero es lo primero, ¿qué va a ser de vosotros? Con esa cara de derrota y los zapatos rotos. Se hace de día y no se van las pesadillas; un príncipe, una princesa, un aguijón en las costillas. A una vida, una pordiosera, un pordiosero le mendigan a papá y a mamá un móvil nuevo. Los miran con asco, ¿y hay algo más real que dos príncipes que limpian cristales en un atasco?. ¿No lo sabías? Todos los días los veía en el mismo semáforo, en el mismo tramo de autovía.